En la economía global de hoy, la percepción importa tanto como la política, y la imagen de Portugal, definida antaño por la estabilidad y la fiabilidad, está mostrando signos de fatiga. El país se encuentra en una encrucijada en la que los próximos pasos que dé determinarán si continúa alzándose como un faro para los inversores mundiales o se desliza hacia una narrativa de oportunidades perdidas.
En los dos últimos años, han surgido problemas clave que ensombrecen el atractivo inversor de Portugal. La inestabilidad política, la imprevisibilidad jurídica y fiscal y la onerosa burocracia se han convertido en temas recurrentes en el ánimo de los inversores. El impacto no es sólo reputacional, sino también financiero. Los retrasos administrativos y la falta de claridad de los marcos normativos se traducen en mayores costes operativos y pérdida de oportunidades, lo que debilita la competitividad de Portugal en un mercado mundial muy disputado.
Ha llegado el momento de que Portugal deje de confiar en su éxito pasado y se centre en reformas estructurales que aumenten su credibilidad y eficacia. Los inversores ya no buscan sólo bellos paisajes y costes laborales competitivos; quieren seguridad, rapidez, transparencia y un país que cumpla lo que promete. Hay que hacer frente a la percepción de que Portugal promete demasiado y cumple poco.
Hay áreas clave que requieren atención urgente: estabilidad normativa, simplificación administrativa y asociaciones internacionales estratégicas. Es esencial eliminar procesos redundantes, acelerar la toma de decisiones y garantizar la previsibilidad jurídica y fiscal. No se trata de meros ajustes técnicos, sino de palancas fundamentales para transformar el entorno empresarial y atraer inversiones de alto valor.
Además, Portugal debe pasar de la cantidad a la calidad. No se trata de cuánta inversión llega, sino de qué tipo. Hay que centrarse en sectores impulsados por la innovación, en asociaciones que aporten transferencia de tecnología y en relaciones con países que ofrezcan valor estratégico a largo plazo. El país debe ser selectivo, ambicioso y audaz a la hora de definir sus alianzas económicas.
En el centro de esta transformación se encuentra un elemento esencial: las personas. Retener el talento, atraer a profesionales cualificados y fomentar el orgullo nacional deben convertirse en prioridades básicas. Una economía competitiva no se construye sólo con políticas, sino con personas capacitadas que creen en el potencial del país y a las que se dan las herramientas para actuar en consecuencia.
El futuro de Portugal como destino de inversiones de primer orden no se asegurará por inercia o por ilusiones. Requerirá coraje, coordinación y una visión clara. El mundo nos observa y espera. Ahora corresponde a Portugal y a su sociedad estar a la altura de las circunstancias, no repitiendo promesas, sino ofreciendo resultados.